Érase una vez una gallina llamada Marieta. Vivía en un corral con muchos más animales, patos, cerdos, ovejas…. Cuando Marieta era chiquitina e iba a la escuela con sus compañeros, era objetivo de burlas porque era una gallina peculiar. Su plumaje no era abundante, llevaba gafas de culo de vaso y no sabía cacarear. Todo el mundo le llamaba Marieta la fea. Su mamá siempre le decía: “Marieta, tu no eres fea, eres diferente” Pero ella sabía que era la gallina más fea del corral y que por mucho que lo intentará nunca sería como las demás. Su aspecto estaba labrando una personalidad tímida, insegura…. La adolescencia fue la etapa más dura. Sus compañeras de corral la aceptaban pero Marieta veía que no se integraba. Todas sus compañeras tenían a polluelos rondándoles. Paula con Felipe; Nuria con Gonzalo; Jessi con Javi…… pero ella estaba sola. Su plumaje, sus gafas y su cacareo seguían siendo sus peores enemigos. Un día; la mamá de Marieta comprendió que su hija tenía un problema y es que cada día estaba más triste y más sola. Así que decidieron poner solución al asunto. Fueron al oftalmólogo que le llevaba el problema de la vista y llegaron a la conclusión de cambiar sus gafas por unas lentes de contacto, pero estas costaban un riñón y la madre de Marieta no podía costearlas. Marieta debía poner algo de su parte, así que colgó unos carteles en el corral donde se podía leer: “Gallina responsable se ofrece para tareas de hogar, cuidado de niños y atenciones a mayores. Preguntar por Marieta” Y se sentó en la cocina a esperar alguna llamada. En pocos días ya tenía 3 viviendas que atender, así que Marieta iba a estudiar, luego le daba de comer a Gabriela una cerda malhumorada que tenía las 2 manos rotas, después pasaba a casa de Rufino, un asno soltero y le limpiaba la cocina y el baño; y por las noches iba a dormir con Jacinta una gallina muy mayor que estaba muy enferma. Por todas esas labores Marieta ganaba 3 pesetas y media. En poco más de medio año Marieta tenía ahorrado 700 pesetas. Le llegaba para sus lentes de contacto así que visitó a Don Gabriel y decidió comprarlas. Marieta estaba feliz, todo el mundo le paraba en el corral para decirle lo guapísima que estaba y a ella eso le proporcionaba una gran autoestima. Siguió trabajando otro año más y ahorrando hasta la última peseta. No tenía vida porque estaba todo el día ocupada con la esuela y sus trabajos. Cuando volvió a llenar su hucha fue a ver a Doña Catalina, un gallina del corral de enfrente que era curandera. Doña Catalina examino su plumaje y receto una cataplasma de flores y una friegas de barro blanco. Por todo ello Marieta pago 512 pesetas (el trabajo de 5 meses). Marieta comenzó a aplicar las cataplasmas y las friegas todos los días y su plumaje comenzó a coger brillo y espesor.
Cada día Marieta se sentía mejor consigo misma, se veía como las demás gallinas del corral. Paula, Nuria y Jesi no paraban de decirle lo bien que estaba. En el corral no paso desapercibido el cambio que había experimentado Marieta.
Aunque, nuestra amiga, en su interior seguía siendo la misma gallina de siempre, aquella gallina fea e insegura que era de pequeña y que tantos años le hizo sufrir. Su aspecto había cambiado sí, la gente la aceptaba mucho más pero Marieta siempre pensaba que seguía siendo fea, que debía mejorar su cacareo, que debía adelgazar un par de kilos y operarse el pico porque lo tenía un poco torcido. Marieta comenzó a obsesionarse con gustar a la gente e hizo todo lo posible por conseguir todos sus objetivos. La madre de Marieta veía a su hija más contenta que nunca pero aún así tomó la decisión de tener una conversación seria con ella, donde le dijo que por muy mucho que cambiase su aspecto exterior lo que importaba era como se veía ella interiormente y que era eso lo que realmente debía cambiar. tenía que aprender a quererse tal y como era. Marieta pensó en lo que su madre le había dicho y decidió no volver a pensar en cambiarse el pico, ni su físico. Seguía siendo la misma Marieta de siempre, tímida, insegura y fea pero con unas plumas bonitas y sin gafas.
Aprendió a vivir, pero no a disfrutar de la vida porque Marieta en el fondo se sentía tan desgraciada como siempre porque eso no podía cambiárselo ninguna curandera, ni oftalmólogo, eso debía cambiarlo ella y no fue capaz de conseguirlo.
Y es que la personalidad de una gallina se forma desde pequeña y todas tus vivencias y sus experiencias hacen que esa personalidad se desarrolle de una manera u otra. Todos hemos vivido situaciones diferentes en momentos diferentes y por eso somos así. Es algo que nunca vamos a cambiar, no hay dinero ni especialistas que cambien los sentimientos y eso es lo que aprendió Marieta, a vivir tranquila con ella misa, a mirarse al espejo y ver un plumaje bonito o unos ojos más expresivos pero también a ver a la misma Marieta de siempre la que nunca había sido popular por su belleza, la fea.